Volver al pueblo
La vida rural representa el 83 % del territorio de la Unión Europea, pero solo el 30 % de su población actualmente reside en estas áreas. Desde la industrialización, el abandono progresivo de las zonas rurales ha sido una constante durante décadas, dejando aldeas despobladas y ciudades cada vez más saturadas. Sin embargo, en los últimos años, un creciente número de personas han comenzado a reconsiderar esta tendencia, impulsados por la posibilidad del teletrabajo, la búsqueda de una mayor calidad de vida y los efectos del cambio climático. El regreso a los pueblos ya no se percibe como un retroceso, sino como una oportunidad para replantear nuestro estilo de vida.
Esta nueva ruralidad trae consigo tanto desafíos como oportunidades. En este artículo exploramos cómo este nuevo éxodo podría cambiar la relación entre la ciudad y el campo y cómo podría ser clave para construir sociedades más habitables y sostenibles en el futuro. Para ello hablamos con cuatro becarios de la Fundación ”la Caixa” que han desarrollado sus carreras académicas y profesionales entre lo rural y lo urbano.
Ruralidad, ¿una idea romántica?
Tendencias de internet, como el llamado cottagecore, y del agroturismo, como ir a hacer la vendimia un domingo, nos llevan a pensar si estamos idealizando la vida en el campo. ¿Hasta qué punto pueden ser dañinas este tipo de tendencias?
Andrés Navarro Álvarez creció en Santiago de Chile, “una metrópolis latinoamericana con todas sus letras: superpoblada y contaminada”. Al terminar la carrera de Ingeniería Agronómica se prometió que se mudaría a un entorno totalmente diferente, y así fue. Vivió en Chiloé, un archipiélago en el sur lluvioso de Chile, mundialmente conocido por su patrimonio agrícola. Allí descubrió las bondades de vivir en una zona rural: conocía a sus vecinos, vivía más cerca de la naturaleza y disfrutaba de un aire más limpio. Sin embargo, también se enfrentó a contratiempos como la falta de anonimato, un menor acceso a servicios de calidad y la necesidad de depender del automóvil para desplazarse.
Andrés Navarro Álvarez.
Estas dicotomías propias de los pueblos las conoce muy bien Andrés, pues ha construido su carrera profesional en torno al desarrollo rural y la gestión ambiental. Ha trabajado como consultor en la FAO en proyectos agroambientales y actualmente es investigador predoctoral en el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA-UAB) con el apoyo de la Fundación ”la Caixa”.
Andrés, que los conoce, investiga acerca de los desafíos climáticos, sociales y económicos que enfrentan los territorios rurales en su transición hacia la sostenibilidad, por lo que se muestra muy escéptico con esta tendencia de romantizar la vida en el campo. En su opinión, “la gente de ciudad a menudo reducimos lo rural a un escenario meramente estético, vaciándolo de su complejidad real”. Desde su punto de vista, esto podría conducirnos a ignorar los problemas y conflictos que viven los territorios rurales a día de hoy, como el envejecimiento de la población, la escasez hídrica, el cambio de uso del suelo y la concentración de la tierra. Además, Andrés advierte que un éxodo urbano sin una adecuada planificación puede generar problemas similares a los de la gentrificación urbana. “Creo que una vida en el campo debe estar vinculada a un sentido de arraigo en el territorio, ya sea a través del trabajo agrícola, la protección de los ecosistemas o el fortalecimiento de la comunidad local. De lo contrario, es solo llevarse la ciudad al campo”.
La clave para abordar estos desafíos, asegura Andrés, está en “promover la innovación social involucrando a las comunidades locales tanto en la identificación de problemas como en el diseño de soluciones. Este enfoque colaborativo es esencial para garantizar un desarrollo rural sostenible y justo”.
Entornos permeables a la participación social
Laura Palau Barreda es artista y se define como una agricultora urbana y cosmopolita rural que se mueve entre su tierra, en Benlloc (Comunitat Valenciana), y el ámbito académico de Gante. Su práctica artística desafía las dicotomías sobre lo rural y lo urbano, lo humano y lo natural, tratando de acercar el campo y la ciudad.
Tras graduarse en la Universidad Politécnica de València en el 2017 e inaugurar su primera exposición individual, regresó a su pueblo natal, Benlloc. “En mi casa todo tenía su sentido. Nunca hubo basura: los restos orgánicos iban a las gallinas; las cenizas, a los árboles; los envases, para crear trampas para la mosca de los olivos… Nunca se tiraba nada”. Allí logró construir su propio estudio situado dentro de la comunidad local. Las carencias que podía tener la vida rural, como son la oferta cultural contemporánea, los conciertos o las exposiciones, las pudo suplir en sus estancias académicas, como la de La Haya, donde cursó el máster Photography & Society en la Real Academia de Arte. Actualmente, realiza una estancia de investigación en la Escuela de Arte de Gante con el apoyo de la beca de posgrado en el extranjero de la Fundación ”la Caixa”.
Laura Palau Barreda.
La obra de Laura está inevitablemente ligada a una manera de hacer muy local. Se encuentra cómoda en entornos pequeños. “Necesito ubicarme en contextos que sean permeables a la participación social y abiertos a proyectos artísticos”. Las ciudades a medio camino entre los pueblos pequeños y las grandes ciudades suelen transpirar esa participación social de la que habla Laura. Y nos pone un ejemplo: “El Ayuntamiento de Gaente me ha concedido un permiso para cortar, injertar o recoger la fruta de cualquier árbol de la ciudad que se encuentre en la vía pública para mi proyecto artístico. Esto sería muy difícil en una ciudad más grande, como Bruselas…”.
Colaboración entre pueblos y ciudades
Para Laura, las ciudades medianas quizás tienen lo mejor de los pueblos y de las ciudades. Por su parte, Manuel Oñorbe Esparraguera piensa que hay que desarrollar un modelo de planificación territorial respetuoso con la conservación de la naturaleza y que la clave está precisamente en desdibujar la dicotomía entre pueblo y metrópolis.
Desde las oficinas del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Manuel nos cuenta que “la colaboración entre pueblos y ciudades cercanas puede ser una estrategia efectiva para abordar problemas ambientales comunes, que permita compartir recursos, conocimientos y experiencias”. Para que nuestras ciudades sean sostenibles y habitables, es imprescindible replantear su diseño y gestión, integrando la naturaleza de manera estratégica para que se conviertan en refugios vitales para la biodiversidad y proporcionen hábitats esenciales para plantas, aves e insectos.
Manuel Oñorbe Esparraguera.
“Es fundamental cambiar la manera en que percibimos y planificamos los espacios verdes en las ciudades. Las llamadas ‘soluciones basadas en la naturaleza’ nos ofrecen una respuesta eficaz y económicamente viable”. Según Manuel, la creación y mejora de la “infraestructura verde” urbana puede mitigar el impacto de las olas de calor; mejorar la calidad del aire y el agua, y reducir los riesgos de inundaciones. Para alcanzar este objetivo, es crucial implementar políticas locales que fomenten la mejora y restauración de estos ecosistemas. Además, es vital promover la economía circular en los entornos urbanos, la movilidad sostenible y la educación y la concienciación ambiental.
Conectar con el entorno
Susana López Rodríguez es ingeniera agrónoma ha trabajado en desarrollo rural y actualmente investiga la conservación de la biodiversidad en terrenos agrícolas. Creció en Queirís, una aldea de unos 200 habitantes que pertenece al municipio de Coirós, Galicia. Allí disfrutó de los beneficios de una infancia en un entorno rural, “jugando al aire libre, viviendo en un entorno seguro y formando parte de una comunidad en la que siempre había gente dispuesta a ayudar”.
Susana López Rodríguez.
Su propia experiencia le ha permitido constatar que “es muy importante revertir la despoblación rural y el abandono de los pueblos, y creo que puede ser una oportunidad para replantearnos el modelo de vida que queremos”. Si bien el teletrabajo y el éxodo hacia las zonas rurales pueden ayudar a apaciguar los ritmos acelerados, el estrés y otros problemas relacionados, también es necesario que la gente se conecte con el entorno. “La recuperación de terrenos abandonados y la experiencia de cultivar (parte de) tus propios alimentos generarían un paisaje más diversificado, lo que ayudaría a incrementar la biodiversidad en las zonas ‘no naturales’. Esto es muy importante para reducir la pérdida de biodiversidad”.
Los cuatro becarios coinciden en un punto fundamental: el lugar donde vivimos, nuestra huella ecológica y nuestro compromiso con el entorno son decisivos para nuestro bienestar. Volver a los pueblos puede ser una oportunidad para adoptar un estilo de vida más sostenible, pero este regreso debe ir más allá de un simple cambio de paisaje o de la búsqueda de tranquilidad. La nueva ruralidad solo será posible si se aborda con una visión integral que contemple tanto los desafíos climáticos y sociales como la participación activa de las comunidades, tanto en las áreas rurales como en las grandes ciudades. Para que este regreso sea sostenible, es crucial planificar y garantizar la calidad de vida en todos los espacios que habitamos, incluidos los entornos urbanos.